martes, 23 de septiembre de 2014

La historia de el castillo marroquin

Parece que las sillas andan esperando a los dueños. También la mesa del comedor y las vajillas. Las camas están sin una arruga. Hasta el vestido de Isolda, para presentarla en sociedad, está puesto sobre el tendido. Perfecto. 
Huele a antiguo. El olor recuerda que los dueños de El Castillo nunca volverán, aunque quizá nunca se hayan ido. Algunos insisten en que han visto a la pequeña Isolda y a don Diego por ahí.
Cuestión de fantasmas, podría ser. También que como museo, el que fue su casa los mantiene en la memoria. Recorrer cada espacio de ese castillo que se empezó a construir en 1930, inspirado en los del Valle de Loira, en Francia, es como devolverse en el tiempo.
A cuando Diego Echavarría Misas y Benedikta Zur Nieden lo compraron y en el que vivieron con Isolda, su única hija, en un entorno muy europeo.
 La idea fue de José Tobón Uribe. Hizo traer los planos desde París, porque quería una casa campestre. Sin embargo, sin disfrutarlo mucho murió en 1942 y un año después su esposa se lo vendió a los Echavarría Zur Nieden, quienes ampliaron los salones y lo amoblaron. "Desde el principio lo pensaron donar como museo", explica la guía Yuranny Ossa Restrepo. 
Por eso es que cada elemento tiene una historia. Lo trajeron de algún lado de Europa, lo pintó un artista amigo. El piano, por ejemplo, fue el regalo de 15 años para su hija, y las cucharitas sobre la mesa en el salón Gobelinos las traían los esposos de cada país que visitaban. En ese mismo cuarto está el vitral en el que don Diego decidió el nombre para su pequeña: representa un pasaje de la obra de Wagner, el Tristán e Isolda.
En el Museo El Castillo no son necesarios los clavos para las obras de arte. Todo allí, hasta la historia, está puesto como antaño. Es en sí mismo una de ellas.

Paso por pasoDespués de la puerta, la madera cruje. A la izquierda, el salón de la música. "Aquí realizaron varias tertulias con artistas de la época y sus alumnos, entre ellos Isolda, que era una joven apasionada por la música y el arte", cuenta la guía.
Los muebles son en estilo barroco alemán, el vitral es una copia del cuadro de Bernardino Luini, discípulo de Leonardo Da Vinci. Y está Beethoven, en bronce y en sauce, que era el músico que más admiraba don Diego.
En el salón comedor, al fondo, hay una mesa estilo renacentista español. Sólo lo utilizaban en ocasiones especiales, cuando servían en la vajilla que tiene el monograma de la familia y los bordes con laminilla de oro. 
En el segundo piso están las habitaciones. Isolda tenía dos. En la que usó en su infancia se conservan hasta las muñecas con las que jugó y el uniforme de La Enseñanza todavía cuelga del clóset. 
La habitación de cuando era joven es más sobria. Y ahí es el momento de contar que Isolda, a los 19 años, cuando se fue a Estados Unidos a estudiar Ciencias Políticas, murió de Guillán Barré. 
Los esposos, al estilo francés, tenían cuartos separados, comunicados con una puerta. Las camas, coloniales, fueron traídas de Mompox. Como en toda la casa, la familia posa en las fotografías. 
A Don Diego lo secuestraron y mataron en cautiverio en 1971. Un año después su esposa donó la que fue su casa y se cumplió el deseo de la familia: se hizo museo.

                                                                                     (ELCOLOMBIANO.COM)




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